Las instituciones de la UE y las fuerzas políticas están tratando de ganarse el voto de los más jóvenes para las elecciones. Sin embargo, la juventud de hoy en día parece estar desconectada, abrumada por las numerosas crisis y la incertidumbre sobre el futuro. ¿Es realmente así? ¿Hay aún alguna esperanza de cambiar esta percepción?

Cuando la ciudadanía de la UE elija un nuevo Parlamento Europeo en apenas unos días dará comienzo un delicado baile diplomático con el nombramiento de una nueva Comisión y la aparición de nuevas dinámicas de poder en la cúspide de las instituciones europeas. Poco antes de que las familias políticas se volcasen en la campaña electoral, tanto en Europa como en sus propios países, la Comisión publicó una serie de propuestas para “conceder a la población joven un mayor protagonismo en las decisiones que les conciernen”.

La Comisión pretende ganarse a los jóvenes mediante evaluaciones de impacto basadas en la edad, una estrategia para la juventud, mecanismos de participación más amplios y campañas publicitarias. Su objetivo es hacer de Europa un lugar más atractivo y que las políticas comunes sean más tangibles para la ciudadanía europea y más pertinentes para la juventud.

Bruselas está convencida de que el resultado de las elecciones europeas lo decidirán los votantes de entre 18 y 25 años (o aún más jóvenes, ahora que la edad de voto se ha reducido a los 16 años para las elecciones europeas en Alemania, Austria, Bélgica, Malta y Grecia). Obviamente, los pesimistas aducirán que es una medida absurda, dada la falta de interés de la generación más joven por la política y las instituciones (europeas), donde se encuentran infrarrepresentados en comparación con las generaciones de mayor edad.

Varios indicios recientes explican esta apuesta por la juventud europea, que al igual que la generación de jóvenes que les precedió en los años 80, se refugia a menudo en la indiferencia.

2019: entusiasmo y democracia

En el año 2019, los votantes jóvenes se hicieron notar. La participación en las últimas elecciones de la UE aumentó por primera vez desde la instauración del sufragio universal directo en 1979, cuando la generación de la posguerra acudió a su primera cita con las urnas a nivel europeo. La participación conjunta del bloque pasó del 42,6 % en el año 2014 al 50,6 % en el año 2019. Las encuestas que se llevaron a cabo después de las elecciones revelaron un aumento generalizado de la participación, independientemente de la clase social, la edad, la actitud hacia la UE o la nacionalidad.

Además de la agitación geopolítica derivada de la resolución del Brexit y la elección de Donald Trump en 2016, hubo otros dos factores que impulsaron este renovado entusiasmo por la democracia europea. En primer lugar, el duelo de narrativas reflejaba vivamente los intereses en juego, con héroes y villanos tan claros y definidos como los de cualquier guión de Hollywood medianamente decente. De hecho, si bien era normal que figuras como Emmanuel Macron o Angela Merkel fueran bien conocidas más allá de las fronteras de sus países, no podía decirse lo mismo del primer ministro húngaro, el ministro del Interior italiano, el líder de un partido polaco, un político bravucón a favor del Brexit o el líder de un movimiento tradicional de la extrema derecha francesa. Ironías del destino, la popularidad de las voces antieuropeas y de los partidos euroescépticos de extrema derecha contribuyó a europeizar las políticas nacionales.

En segundo lugar, la generación más joven dio un paso al frente. Con las mayores subidas de participación, las generaciones más jóvenes y quienes votaban por primera vez desempeñaron un papel decisivo a la hora de invertir la tendencia a la abstención que se había observado durante décadas en las elecciones de la UE, consideradas como un fenómeno de segunda categoría tanto por especialistas en ciencias políticas como por la ciudadanía.

Alentada por una joven Greta Thunberg que se manifestaba ante las asambleas europeas y mundiales, la “generación del clima” aprovechó la oportunidad para alzar la voz. Después de tomar las calles de varias ciudades europeas para exigir a sus mayores que hicieran frente a las amenazas que se cernían sobre su futuro, la generación de jóvenes activistas de Fridays for Future (Viernes por el Futuro) y otros movimientos consiguieron convencer a parte de sus coetáneos para que fueran a votar. De esta forma, la juventud europea sorprendió a los sondeos de opinión con sus cifras y sus votos, cosechando un resultado histórico para los Verdes, que obtuvieron el 10% de los escaños del Parlamento Europeo.

Los líderes europeos, plenamente conscientes del mensaje lanzado en las urnas, de los sondeos de opinión realizados antes de las elecciones y del potencial económico que brinda el crecimiento ecológico, hicieron de la transición ecológica el pilar de la agenda política de la nueva legislatura. Y el nuevo presidente de la Comisión Europea se mostró firme y comprometido a lograr la neutralidad climática de Europa para el año 2050. En cierto modo, el Pacto Verde Europeo fue el logro de los jóvenes de 2019.

Rabia y pesimismo

Cinco años más tarde, la situación ha cambiado mucho. Por un lado, la pandemia y los sucesivos confinamientos impidieron las marchas por el clima y minaron el espíritu de la juventud europea. Los estudios realizados en Francia, Polonia e Italia, donde los estragos del covid-19 se hicieron patentes primero, han puesto de relieve el gran impacto emocional de la pandemia, especialmente en los colectivos más vulnerables y desfavorecidos de la sociedad. Los jóvenes alemanes, que engrosaron las filas de los votantes Verdes en los años 2019 y 2021, se vieron especialmente afectados, convirtiéndose en una especie de “Generación de reinicio”, según ciertos analistas. A nivel europeo, el informe 2021 del Eurofound sobre el impacto del covid-19 en la juventud planteó su preocupación por la salud mental y la inseguridad económica.

Por otro lado, el Pacto Verde se topó con una oposición cada vez mayor a medida que los efectos económicos de la pandemia se hacían sentir cada vez más en los hogares y las empresas, unos efectos que se vieron agravados por la inflación y el encarecimiento de la energía. Las manifestaciones y las dificultades del sector agrario europeo han sustituido a las del colectivo de estudiantes universitarios y escolares preocupados por el clima. Sin embargo, la oleada de rabia que ha sacudido a las comunidades agrícolas europeas, al igual que el movimiento de los chalecos amarillos en Francia, es tan sólo un síntoma más de las tensiones y temores más profundos que experimentan los sectores más afectados por las políticas ecológicas. Haciéndose eco de las advertencias de los sindicatos europeos, estas protestas han señalado con crudeza los límites socialmente aceptables de las políticas de transición ecológica. Y algunos movimientos políticos europeos han convertido esta cuestión en el caballo de batalla de su campaña para las próximas elecciones.

Mientras tanto, el rechazo al Pacto Verde y, con él, a la capacidad de acción gubernamental contra el cambio climático no hace sino agudizar la ansiedad ecológica que gran parte de los jóvenes europeos ya padecía.

Además de todo esto, las crisis globales están calando hondo entre los jóvenes europeos. La guerra desencadenada por la Rusia de Vladimir Putin en Ucrania ha tenido un impacto emocional más inmediato en la población de Europa del Este, especialmente en Polonia y los países bálticos, pero también es un motivo de ansiedad en países como Alemania y Francia.

Por si fuera poco, la creciente sensación de desigualdad económica estructural y de privación injusta de la prosperidad que se prometió a las generaciones anteriores también enturbia las perspectivas de la población joven. Según los datos de la Comisión Europea, el 25,4% de los jóvenes de entre 15 y 29 años de la UE se encontraba en riesgo de pobreza o exclusión social en el año 2020 y la tasa de carencia material grave en ese grupo de edad aumentó del 5,4% en 2019 al 6,5% en 2020. Cuando se consulta a los jóvenes europeos, ya sea en Francia, Alemania, Chipre o Polonia, predomina una sensación de desigualdad persistente, incertidumbre económica e inseguridad financiera.

Cuando el sentimiento general es que la clase política es incapaz (o reacia) a responder a sus legítimas aspiraciones de un mundo mejor, más verde y más justo para ella, entonces es posible que la juventud de Europa se pregunte si merece la pena votar. Y, de ser así, ¿para quién y para qué?

¿Esperanza o disociación?

La juventud no dura para siempre. El mundo cambia con el paso de los años y, con él, el espíritu de la sociedad. Así, una generación joven releva a la anterior. La cuestión aquí es: ¿qué jóvenes votarán en las elecciones europeas de 2024?

Las generaciones más jóvenes ya no participan en la política de la misma forma que sus mayores. Votar ya no es tan importante

En gran medida, el panorama deprimente que acabamos de describir se refleja en las aspiraciones de los jóvenes europeos para las elecciones de 2024. En una encuesta del Eurobarómetro de 2022, se les preguntó por las prioridades que esperan que la Unión Europea defienda para su generación, y sus respuestas fueron la conservación de la paz (37 %), la creación de puestos de trabajo (33 %), la lucha contra la pobreza y la desigualdad (32 %) y la lucha contra el cambio climático (31 %).

La continuidad de ciertas preocupaciones desde el año 2019 es más que evidente. La juventud europea espera mucho de la UE en lo que respecta a su futuro. Si se comparan con sus mayores, se sienten europeos en su inmensa mayoría (81 % en el caso de los jóvenes de 15 a 24 años y 76 % en el de los jóvenes de 25 a 39 años, es decir, entre 10 y 15 puntos porcentuales más que las generaciones de más edad) y saben que lo que realmente importa es lo que ocurre a nivel de la UE.

Eurobarometro jovenes elecciones europeas

Ahora bien, al igual que sus predecesores, siguen mostrándose muy escépticos acerca del mundo de la política. Esta fuerte tendencia, que las ciencias políticas han investigado a fondo, se remonta a principios de la década de los años 2000. En general, se ha registrado un descenso de la participación política en todas las democracias occidentales y este fenómeno ha sido especialmente acusado entre los jóvenes. Existen múltiples razones por las que la juventud ha ido volviendo la espalda a la política y a la representación política tradicional de forma progresiva y, entretanto, han recurrido cada vez más a la política de protesta.

Tanto si se debe a los cambios en los sistemas de valores, a la creciente desconfianza en el Estado y las instituciones o a los efectos nocivos de las tecnologías de la comunicación y las redes sociales, algo está claro: las generaciones más jóvenes ya no participan en la política de la misma forma que sus mayores. Votar ya no es tan importante, aunque esto implique sufrir unas consecuencias paradójicas. Prueba de ello fue el boicot de los jóvenes Indignados contra las elecciones generales de 2011, lo que arrebató a los socialdemócratas una gran parte de sus votos y permitió que el partido de derechas, el Partido Popular, se hiciera con el poder.

Tomaž Deželan, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Liubliana, insiste en que los jóvenes europeos son “menos colectivistas y más individualistas, están orientados hacia una causa, se involucran en organizaciones monotemáticas y otras formas de participación que no requieren un compromiso a largo plazo, y son más propensos a formar parte de grupos informales, participar en protestas políticas y preocuparse por cuestiones o causas políticas concretas”.

¿Qué juventud? ¿Qué Europa?

La pregunta sigue siendo: ¿tendrá la juventud del continente el mismo impacto en los resultados electorales que el que tuvo en las elecciones de 2019? Y, de ser así, ¿cuáles serán sus prioridades?

Por otra parte, las preocupaciones de los jóvenes parecen haber cambiado. Las crisis medioambientales, la ansiedad económica y cierta frustración ante un mundo político que se muestra impotente o sordo a sus demandas están despertando el apetito por el radicalismo.

En Polonia, por ejemplo, la volatilidad electoral siempre ha sido fruto de movilizaciones juveniles puntuales. Los jóvenes constituyen el grueso de movimientos sociales como la Protesta Czarny (“protestas negras”) que tuvo lugar en el año 2016 en defensa de los derechos de las mujeres. No obstante, la necesidad de radicalismo y la desconfianza que los jóvenes polacos sienten hacia su clase política y sus líderes nacionales también se ha materializado en repetidas ocasiones en el voto a candidatos o partidos antisistema, como el Movimiento Palikot libertario (Ruch Poparcia Palikota) en el año 2011 o el partido populista de extrema derecha Kukiz-15.

Según los estudios de opinión, más del 10% de los jóvenes piensa votar a la extrema derecha en junio de 2024, mientras que entre el 25% y el 29% asegura que apoyará al partido nacional-conservador PiS. En Italia, los Fratelli d’Italia de la primera ministra Giorgia Meloni siguen siendo muy populares y se sitúan con un 29%, después de haber obtenido el primer puesto entre los jóvenes de 25 a 39 años y el segundo entre los de 18 a 24 años en las elecciones generales de 2022. En Francia, el partido Agrupación Nacional (Rassemblement National) ocupa el primer puesto en todos los grupos de edad y lidera las encuestas entre los votantes más jóvenes.

Las crisis medioambientales, la ansiedad económica y cierta frustración ante un mundo político que se muestra impotente o sordo a sus demandas están despertando el apetito por el radicalismo

El electorado joven ilustra bastante bien este cambio general y es que todas las proyecciones apuntan a un evidente repunte del apoyo a la extrema derecha radical, representada en el Parlamento Europeo por los grupos ECR e ID. El think tank del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores pronostica un gran avance de los populistas antieuropeos en ambos extremos del espectro político: se prevé queden primeros o segundos en 18 de los 27 Estados miembros. Esta previsión coincide con la de otros sondeos: los partidos radicales y de extrema derecha se dispararán, principalmente en detrimento de los grupos ecologistas y liberales de centro, que fueron los grandes triunfadores en los comicios de 2019.

A fin de interpretar la dinámica de estas elecciones, el politólogo búlgaro Ivan Krastev propone una alternativa a la división convencional entre izquierda y derecha y las posturas a favor y en contra de la integración europea. Krastev sostiene que las sociedades europeas albergan diversas “tribus en crisis”, cuyos miembros comparten un trauma como consecuencia de los acontecimientos más importantes ocurridos en las últimas décadas. Por ejemplo, Alemania y Austria son los únicos países donde la inmigración es el fenómeno que más ha afectado a su ciudadanía, lo que explica el auge del partido de extrema derecha AfD y su apoyo entre el electorado joven, así como el posible éxito del nuevo partido populista de izquierdas liderado por Sarah Wagenknecht. En Francia y Dinamarca, la población considera que el cambio climático es la crisis más acuciante, mientras que los portugueses y los italianos aluden a las turbulencias económicas acaecidas a nivel global. En España y Rumanía, la pandemia del covid-19 aparece como el principal trauma y, como no podía ser de otra manera, la sociedad estonia y polaca se siente más vulnerable ante la guerra de Ucrania y la amenaza rusa.

La sociedad está fragmentada en cuanto a política y la juventud europea no es un bloque único. Es posible que los jóvenes que se sienten preocupados por el clima dejen de lado sus agravios frente al sistema y voten a los Verdes o a los partidos de centro, tal y como hicieron en el año 2019. Pero otros parecen debatirse entre quedarse en casa o votar a partidos extremistas, aunque eso conlleve engrosar las filas de quienes defienden una visión puramente nacionalista, retrógrada e iliberal respecto a la integración europea.

Este es el mensaje de rabia y desazón que las instituciones y las clases políticas comprometidas con el proyecto europeo harían bien en atender. Hará falta algo más que la campaña publicitaria EU for You (Europa eres tú) si se quiere dar un vuelco a esta tendencia. Sería mucho mejor organizar encuentros de jóvenes ciudadanos de la UE con un tinte descentralizado (es decir, que no se organicen en Bruselas) y que aborden las preocupaciones que los sondeos de opinión dejan al descubierto.

Las elecciones se avecinan, pero quizá no sea demasiado tarde para que la juventud se exprese y pueda afrontar el futuro con una confianza renovada.