Emma Goldman no solo describe qué tipo de revolución no quiere; también describe el tipo de sociedad al que se debería aspirar. Y esto gira en torno a las cosas, sí, pero también en torno a la belleza y la liberación de un potencial.

En realidad, Emma Goldman nunca dijo “Si no puedo bailar no es mi revolución”, si bien es un lema fantástico y sin duda alguna podría haberlo dicho. Pero lo que sí dijo es mucho más interesante. 

Su historia empieza cuando llega a Nueva York en 1889 como una veinteañera que ha dejado atrás tres países, un padre autoritario y el fracaso de un matrimonio. Traía consigo unos pocos dólares en el bolsillo y un ideal en la mente: el anarquismo. Su atracción por el anarquismo había surgido a raíz del ejemplo de los “mártires de Chicago”, los militantes del movimiento obrero que habían sido ejecutados en 1886 tras ser acusados falsamente de haber lanzado una bomba durante una concentración a favor de la jornada de ocho horas.

Antes de emprender su viaje había enviado a Nueva York una máquina de coser. Esto es más que un simple detalle; era una herramienta para la autonomía material y la liberación personal. En aquel entonces, cuando las dos trayectorias más habituales para las mujeres eran convertirse en criada o casarse, saber utilizar una máquina de coser dotaba a una joven como Emma Goldman de la posibilidad de ganar lo justo para pagar el alquiler de una habitación en la Lower East Side de Manhattan y cubrir sus necesidades básicas. 

Poco después, Emma Goldman alquiló un lugar donde vivir: “He encontrado una habitación en Suffolk Street, cerca del café Sach’s. Es pequeña y medio oscura, pero costaba solo tres dólares al mes, así que me la he quedado”. Y así es como empezó la auténtica vida de Emma Goldman, esa que describe en su autobiografía de casi mil páginas, Viviendo mi vida, uno de los libros más fascinantes que existen sobre la trayectoria de la juventud a finales del siglo XIX y principios del XX y sus experimentos con el anarquismo, el socialismo, el feminismo, el amor libre y la libertad de expresión.  Esta obra de Emma Goldman, junto a su periódico (que acabaría renombrando Mother Earth (“Madre Tierra”), se convertirían en los precursores de lo que acabaría llamándose ecología política. 

Emma se introdujo pronto en los círculos de inmigrantes anarquistas, ayudando a producir periódicos y pronunciando discursos (al principio principalmente en yidis y más adelante en inglés). Además de todo esto, lo estaba pasando en grande; vivía con Alexander Berkman (al que siempre llamó Sasha) y con demás amigos, tanto hombres como mujeres, en un apartamento comunal, yendo al teatro, disfrutando de una vida bohemia. 

Y es entonces cuando ocurrió, tal y como cuenta en Viviendo mi vida: 

“En los bailes, [yo] era siempre una de las danzantes más incansables y alegres. Una noche un primo de Sasha, un chico joven, me llevó a un lado. Con un semblante grave, como si fuera a anunciar la muerte de un camarada amado, me susurró que el baile no era algo propio de un agitador. Desde luego no esa manera mía de bailar con tal abandono e impudicia. Mi frivolidad solo podía dañar la Causa.

No creía que una Causa que luchara por un hermoso ideal, el anarquismo, y por la libertad y por liberarnos de las convenciones y los prejuicios, requiriese renunciar a la vida y la alegría.

Le respondí que se ocupara de sus asuntos. No creía que una Causa que luchara por un hermoso ideal, el anarquismo, y por la libertad y por liberarnos de las convenciones y los prejuicios, requiriese renunciar a la vida y la alegría. Insistí en que nuestra Causa no podía esperar de mí que me convirtiera en una monja, y que el movimiento no debería convertirse en un monasterio. Si esto es lo que era, entonces no lo quería. ‘Quiero libertad, el derecho a expresarme, el derecho universal a cosas radiantes y bellas’.”

Este fue el nacimiento de su frase más famosa, esa que nunca pronunció: “Si no puedo bailar no es mi revolución”.

Esta respuesta no es una reacción tardía de Emma Goldman al desarrollo del socialismo autoritario – Emma tuvo que escuchar atónita como Lenin y otros líderes bolcheviques le decían una y otra vez que “la libertad de expresión era una superstición burguesa”, a ella, que había sido encarcelada en numerosas ocasiones y finalmente deportada por ejercer precisamente esta libertad de expresión en los Estados Unidos -. El episodio que inspiró la famosa frase apócrifa sucedió más de veinte años antes de esto. Su respuesta fue más bien una reacción temprana a la tendencia de los hombres progresistas y revolucionarios a pontificar sobre el comportamiento de sus correligionarias, una propensión que condujo al nacimiento de una teoría política feminista propiamente dicha, diferenciada de la de los intelectuales progresistas hombres. 

Y, sobre todo, Emma Goldman no expresó su credo fundamental en un sentido puramente negativo (no es mi revolución). Más bien lo formula en un sentido positivo, como objetos de deseo político: “Quiero libertad, el derecho a expresarme, el derecho universal a cosas radiantes y bellas”.

Se puede considerar a Goldman la última gran feminista antes del advenimiento del feminismo moderno. Se une a otras autoras como Flora Tristán, Eleonora de Fonseca Pimentel, Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges.

Esta es quizás una de las razones por las cuales el libro de Emma Goldman no es considerado con la misma seriedad que los gruesos tomos sobre teoría política que escribieron sus coetáneos masculinos. En lugar de una argumentación seca y abstracta, Viviendo mi vida es un libro lleno de reflexiones sobre el teatro y la ópera, la literatura y la música, el amor y el desamor. 

Emma Goldman no solo describe qué tipo de revolución no quiere; también describe el tipo de sociedad al que se debería aspirar. Y esto gira en torno a las cosas, sí, pero también en torno a la belleza y la liberación de un potencial —de aquí su uso de esta palabra tan fascinante, “radiantes”—, es decir, en torno a objetos de deseo político.

Se puede considerar a Emma Goldman la última gran feminista antes del advenimiento del feminismo moderno. En este sentido, se une al destino de otras autoras del siglo XIX y XVIII como Flora Tristán, Eleonora de Fonseca Pimentel, Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges. Estas mujeres compartieron más que una valentía indomable ante la persecución que vivieron o su firmeza ante la desaprobación social y política, incluida la de sus compañeros revolucionarios. Ellas entendieron que una sociedad justa es más que una sociedad sin injusticias. Una sociedad justa debe ser una sociedad deseable, una sociedad en la que la gente pueda dar rienda suelta a su deseo y prosperar de manera colectiva deseable, en la que disfrutemos de lo que hemos conseguido juntas. La libertad no debería ser una noción abstracta; es un sentimiento y un instinto.